SOBRE NOSOTROS

‘Movimiento Final | Adventista del Séptimo Día’ y Seven Ministries, CORP., se adhieren a los Principios Fundamentales de 1889 tal como fueron creídos y practicados por los Adventistas del Séptimo Día de ese año, y reconoce que estos han sido confirmados y testificados por el Espíritu Santo (Carta 95-1905.3) y por lo tanto están “basados en autoridad incuestionable”.

“Que el nombre, Adventistas del Séptimo Día, es verdaderamente representativo de nuestra fe y práctica, no puede ser negado. Que sea modesto y humilde, y que apunte tanto al Padre como al Hijo, también está fuera de toda duda. […] Siempre hemos sostenido que el sello de Dios y el nombre real era el Sábado del séptimo día, y que al guardarlo tenemos el nombre del Padre escrito en nuestras frentes, y el único escudo contra la idolatría. En lugar de que este nombre tenga sabor a Babilonia, su adopción coloca un muro inexpugnable entre nosotros y Babilonia, siempre y cuando sigamos siendo dignos de ello. Al tomar este nombre estamos dando largos pasos fuera de la gran ciudad de confusión.” ARSH 19 de noviembre de 1861, pág. 197.12, 197.13

LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES

Como se ha dicho en otro lugar, los Adventistas del Séptimo Día no tienen otro credo que la Biblia; pero se aferran a ciertos puntos de fe bien definidos, por los cuales se sienten preparados para dar razón “a todo hombre que se lo pida”.  Las siguientes proposiciones pueden tomarse como un resumen de los rasgos principales de su fe religiosa, sobre la cual hay, hasta donde sabemos, una completa unanimidad en todo el cuerpo verdadero.

Ellos creen,

I – Que hay un solo Dios, un ser personal y espiritual, el creador de todas las cosas, omnipotente, omnisciente y eterno; infinito en sabiduría, santidad, justicia, bondad, verdad y misericordia; inmutable, y presente en todas partes por su representante, el Espíritu Santo. Antiguo Testamento: Éxodo 20:2-3; Deuteronomio 6:4; Deuteronomio 4:35; Salmos 83:18; Isaías 42:8; Isaías 43:10-11; Isaías 45:5-6; Malaquías 2:10; Salmos 139:7. Nuevo Testamento: Juan 17:3; Hechos 3:13, 26; Juan 4:22-23; 1 Corintios 8:4-7; 1 Corintios 11:3; Gálatas 3:20; Efesios 4:6; 1 Timoteo 2:5; Santiago 2:19.

II – Que hay un solo Señor Jesucristo, el Hijo del Padre Eterno, aquel por quien creó todas las cosas, y por quien consisten; que tomó sobre sí la naturaleza de la simiente de Abraham para la redención de nuestra raza caída; que habitó entre los hombres, lleno de gracia y de verdad, vivió nuestro ejemplo, murió nuestro sacrificio, resucitó para nuestra justificación, ascendió a lo alto para ser nuestro único mediador en el santuario del cielo, donde, por los méritos de su sangre derramada, obtiene el perdón y el perdón de los pecados de todos los que se acercan a él penitentemente; y como parte final de su obra como sacerdote, antes de tomar su trono como rey, hará la gran expiación por los pecados de todos los tales, y sus pecados serán entonces borrados (Hechos 3:19) y llevados fuera del santuario, como se muestra en el servicio del sacerdocio levítico, que prefiguró y prefiguró el ministerio de nuestro Señor en el cielo. Véanse Levítico 16; Hebreos 8:4, 5; 9:6, 7; [2] Juan 1:3

III – Que las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento fueron dadas por inspiración de Dios, contienen una revelación completa de Su voluntad al hombre, y son la única regla infalible de fe y práctica.

IV – Que el bautismo es una ordenanza de la iglesia cristiana, para seguir la fe y el arrepentimiento, una ordenanza por la cual conmemoramos la resurrección de Cristo, ya que por este acto mostramos nuestra fe en su sepultura y resurrección, y a través de ella, en la resurrección de todos los santos en el último día; y que ningún otro modo representa más adecuadamente estos hechos que el que prescriben las Escrituras, a saber, la inmersión. Romanos 6:3-5; Colosenses 2:12.

V – Que el nuevo nacimiento comprende todo el cambio necesario para prepararnos para el reino de Dios, y consta de dos partes; Primero, un cambio moral forjado por la conversión y una vida cristiana (Juan 3:3,5); segundo, un cambio físico en la segunda venida de Cristo, por el cual, si estamos muertos, somos resucitados incorruptibles, y si estamos vivos, somos cambiados a la inmortalidad en un momento, en un abrir y cerrar de ojos. Lucas 20:36; 1 Corintios 15:51,52.

VI – Que la profecía es parte de la revelación de Dios al hombre; que está incluido en la Escritura que es útil para la instrucción (2 Timoteo 3:16); que está diseñado para nosotros y nuestros hijos (Deuteronomio 29:29); que lejos de estar envuelta en un misterio impenetrable, es lo que constituye especialmente la palabra de Dios una lámpara a nuestros pies y una luz a nuestro camino (Salmo 119:105; 2 Pedro 1:19); que una bendición es pronunciada sobre aquellos que la estudian (Apocalipsis 1:1-3) y que, en consecuencia, debe ser entendido por el pueblo de Dios lo suficiente como para mostrarle su posición en la historia del mundo y los deberes especiales que se le exigen.

VII – Que la historia del mundo desde fechas específicas en el pasado, el surgimiento y la caída de los imperios, y la sucesión cronológica de los acontecimientos hasta el establecimiento del reino eterno de Dios, están esbozadas en numerosas y grandes cadenas de profecía; y que todas estas profecías se han cumplido ahora, excepto las escenas finales.

VIII – Que la doctrina de la conversión del mundo y de un milenio temporal es una fábula de estos últimos días, calculada para adormecer a los hombres en un estado de seguridad carnal, y hacer que sean alcanzados por el gran día del Señor como por un ladrón en la noche (1 Tesalonicenses 5:3); que la segunda venida de Cristo ha de preceder, no seguir, al milenio; porque hasta que el Señor manifieste, el poder papal, con todas sus abominaciones, ha de continuar (2 Tesalonicenses 2:8), el trigo y la cizaña crecen juntos (Mateo 13:29,30,39), y los hombres malos y los seductores se vuelven cada vez peores, como lo declara la palabra de Dios. 2 Timoteo 3:1,13.

IX – Que el error de los adventistas en 1844 se refería a la naturaleza del acontecimiento que iba a suceder entonces, no al tiempo; que no se da un período profético para llegar al segundo advenimiento, sino que el más largo, los dos mil trescientos días de Daniel 8:14, terminó en 1844, y nos llevó a un evento llamado la purificación del santuario.

X – Que el santuario del nuevo pacto es el tabernáculo de Dios en el cielo, del cual Pablo habla en Hebreos 8 y en adelante, y del cual nuestro Señor, como gran sumo sacerdote, es ministro; que este santuario es el antitipo del tabernáculo mosaico, y que la obra sacerdotal de nuestro Señor, relacionada con él, es el antitipo de la obra de los sacerdotes judíos de la antigua dispensación (Hebreos 8:1-5, etc.); que éste, y no la tierra, es el santuario que ha de ser purificado al final de los dos mil trescientos días, siendo lo que se llama su purificación en este caso, como en el tipo, simplemente la entrada del sumo sacerdote en el lugar santísimo, para terminar la ronda de servicio relacionada con él, haciendo la expiación y quitando del santuario los pecados que le habían sido transferidos por medio de la ministración en el primer departamento (Levítico 16; Hebreos 9:22,23); y que esta obra en el antitipo, que comienza en 1844, consiste en borrar realmente los pecados de los creyentes (Hechos 3:19), y ocupa un espacio de tiempo breve pero indefinido, al final del cual se terminará la obra de misericordia para el mundo, y tendrá lugar la segunda venida de Cristo.

XI – Que los requisitos morales de Dios son los mismos para todos los hombres en todas las dispensaciones, que estos están contenidos sumariamente en los mandamientos hablados por Jehová desde el Sinaí, grabados en tablas de piedra, y depositados en el arca, que en consecuencia fue llamado “el arca del pacto”, testamento (Números 10:33, Hebreos 9:4, etc.); que esta ley es inmutable y perpetua, siendo una transcripción de las tablas depositadas en el arca en el verdadero santuario en lo alto, que también es, por la misma razón, llamado el arca del testamento de Dios, porque bajo el sonido de la séptima trompeta se nos dice que “el templo de Dios fue abierto en los cielos y se vio en su templo el arca de su testimonio.” Apocalipsis 11:19

XII – Que el cuarto mandamiento de esta ley requiere que dediquemos el séptimo día de cada semana, comúnmente llamado Sábado, a la abstinencia de nuestro propio trabajo, y al cumplimiento de deberes sagrados y religiosos, que este es el único Sábado semanal conocido por la Biblia, siendo que el día se separó antes que el paraíso se perdiera (Génesis 2:2,3), y que se observará en el Paraíso restaurado (Isaías 66:22,23); que los hechos en que se basa la institución del Sábado la confinan al séptimo día, ya que no son ciertos, y que los términos Sábado judío, como se aplica al séptimo día, y Sábado cristiano, como se aplica al primer día de la semana, son nombres de invención humana, de hecho no bíblico, y falso en significado.

XIII – Que como el hombre de pecado, el papado, ha pensado en cambiar los tiempos y las leyes (la Ley de Dios, Daniel 7:25), y han extraviado casi a toda la cristiandad con respecto al cuarto mandamiento, encontramos una profecía de una reforma a este respecto que se llevará a cabo entre los creyentes justo antes de la venida de Cristo. Isaías 56:1,2; 1 Pedro 1:5; Apocalipsis 14:12

XIV – Que los seguidores de Cristo sean un pueblo peculiar, no siguiendo las máximas, ni conformándose a los caminos del mundo, no amando sus placeres ni tolerando sus locuras, en la medida que el apóstol dice “que todo aquel que quiera ser” en este sentido “amigo del mundo, es enemigo de Dios” (Santiago 4:4); y Cristo dice que no podemos tener dos señores, o, al mismo tiempo, servir a Dios y a mamón. Mateo 6:24

XV – …